Mi maestra budista Pema Chodron y su libro Cuando Todo se Derrumba, me salvaron la vida y el alma cuando hubo el primer conato de separación, que terminaría en una reconciliación absolutamente inesperada tres meses después. Sólo para que -como un amigo dice: “las segundas partes son solo para corroborar que estabas en lo cierto la primera vez”- terminara el conato en una esperada y devastadora realidad. Nuestro amor no sería una historia para ser “forever after”, sino para darnos a ambas la zarandeada de nuestras vidas, cachetearnos y caernos a piñazos. Para que, de una vez por todas, nos pudiéramos ver reflejadas a nosotras mismas en lo que más odiábamos de la otra.
Según los psicólogos, una relación espejo. Según los gurús, una relación kármica. Nos vimos, y lo que vimos no fue bonito. Lo que sentíamos lo era, lo que imaginábamos que podíamos ser lo era aún más, pero lo que en la realidad sucedía… ¿¡nosotras!?… ¡no!… Nosotras lo que logramos fue sacar a la luz un montón de dragones que plácidamente invernaban. Y es que el amor a veces llega para, con amor, confrontarnos con aquellos lugares adonde, solas, no podemos acceder, pero ¿dónde está el verdadero encuentro con lo que buscamos? Esos lugares oscuros a los que les tememos tanto que vivimos ignorando, controlando, tapando, disfrazando, y donde la luz nunca entra, son exactamente dónde está la llave secreta. Es el lugar que más nos asusta, como dice Pema, el que debemos conquistar y no huir de él.
Pero esa conquista es ardua y dolorosa y casi nadie se atreve a tomar la odisea. Eso es uno de los propósitos de la meditación seria, a eso se van los maestros a las cuevas. ¿Se acuerdan de Jesús y sus 40 días y todos los demonios que tuvo que pelear? Bueno, el amor a veces viene para que les abras las ventanas a los lindos serafines, y así salgan de paseo a respirar aire puro. Con suerte, una vez enloquecidos por la aurora que se aproxima, les llegarán los rayos de luz ultravioleta que fulminarán para siempre esa oscuridad… O, por lo menos, hasta que los volvamos a encerrar y alimentar, si esto lo hicimos sin ninguna conciencia.
Conseguir un amor así es una bendición, es una señal de que el universo cree que estás lista para subir un escalón más. Es un examen final que, si superas, te gradúas del máster que hacías esta vez. Un amor así es un amor maestro, viene a mostrarte esa parte de ti que histéricamente te pide que trabajes y tú te empeñas en no escuchar. Pero un amor así… un amor de un pedazo de ti misma, de alma gemela…no… un amor así no es el que viene para quedarse para siempre, ¡el cuerpo no aguanta tanto, y el alma menos! Para quedarse tendríamos que ser dos seres elevándose, y ¡Vaya por Dios que estábamos lejos de serlo juntas! Separadas, tampoco es que lo éramos, pero brillamos con luz propia, juntas entrábamos en sombra.
Y mira que le pusimos empeño, cada una a su manera, pero empeño. Amor – intentar; terapias – intentar; ceder – intentar; guías espirituales – intentar; cuartearnos – intentar; anularnos – intentar; dividirnos entre lo que queríamos ser y lo que nuestros enmarañados y hambrientos monstruos nos dejaban mostrar – e intentar. Sí, lo intentamos, pero lo que no entendíamos era que lo que teníamos que trabajar tenía más que ver con una transformación personal por separado para estar juntas, que un trabajar juntas para terminar separadas.
Nos conocíamos desde mucho, pero en realidad todo era muy superficial. Y el día en que la amistad se transformó en algo más, fue masivo. ¡Literalmente el flechazo! Yo lo sentí físicamente. Fue como si de pronto prendieran la luz y me pegara corriente, como que me entrara la flecha. La conocía de hacía 8 años, y JAMÁS, si quiera, me creó un mal pensamiento, ni yo a ella… ¡Cero! Y de pronto, las dos al mismo tiempo sentíamos el dolor físico de un cupido enguerrillado… fue extraño, algo nunca vivido por mí, y muy bello, eso sí. Luego, no mucho tiempo después, supe en cada hueso de mi cuerpo -¡y esos son muchos huesos!- que era una relación, no solo Kármica, sino, mejor aún, ¡Dhármica! Era de otra vida, sin duda nos debíamos algo… o mucho, y era evidente que venía a enseñarnos mucha, pero mucha humildad.
Era una relación que tenía que pasar. Retrocedí la cinta del tiempo, y vi cómo, de pronto, cada paso de mi camino desde el momento en que la conocí, 8 años atrás, fue diseñado para terminar en ella. Esto, sin duda, estaba escrito en el guión de mi vida.
Cada minuto antes y cada minuto después fueron pasos para vivir lo que siempre íbamos a vivir, con final destino Bali. Solo he sentido esta certeza de otras vidas en dos relaciones, la relación con mi padre y la relación con ella, que de alguna manera se interconectan: las dos han sido elegidas por mi alma para trascender aquello que no logré concretar en mi vida pasada. Y después de mucho pensar qué era, creo haber conseguido la respuesta: ¡Mi voz!
Cuando creces bajo el título de ser la “hija de”, creces bajo sombra. Te desarrollas, o como el jorobado de Notre Dame, encorvada volviéndote invisible, o alocada como Paris Hilton, decidida a que se vea tu propia “identidad”, que en realidad aun la desconozcas. Yo fui lo primero… ¿Me han visto lo encorvada que soy? Ni que haga yoga todos los días la joroba se me va. Para colmo de males, lo mío venía de partida doble, madre y padre… ¡Vaya que he tenido que sufrir para encontrar mi voz, mi identidad y mi lugar en el mundo!
Con mi joroba intentaba esconderme. La personalidad de mi madre siempre ha sido fuerte y magnética, la presencia de mi padre; la de un dios griego… Y después yo. Cuando crecí las morenas pelo “rulos”, étnicas, destetadas y bajitas no eran nada llamativas. Y menos en el país del “Miss Súper Hecha”. No fue hasta que me mudé a Los Ángeles, cuando empecé a reconocer, en algo, mi elegante y silenciosa belleza, sin ego ni modestia: en esta vida uno debe saber con qué cuenta.
Encima era tímida, insegura, disléxica y muy floja, o sea, tampoco brillaba por mis estudios. Mis talentos tampoco eran completamente visibles, y mi cabeza vivía en historias que nada tenían que ver con la tierra. Es decir, ni bonita, ni brillante, ni precisamente carismática… digamos que estaba yo un poco ¡frita! La verdad sea dicha, al lado de estos dos seres progenitores me sentía poca cosa, y sin brillo.
Mi única manera de brillar era a través de ellos, decía mi mente. Pero mi alma luchaba con ello. Mi alma decía: “no chica, lo tuyo es diferente, lo tuyo es ser periodista, o veterinario, o inspirar vidas… Cantarles a los soldados para que sigan adelante, rescatar a ese perro en la calle, escribir el sinfín de preguntas sin respuestas que te pasan por la mente”. Mientras, mi cabeza y ego masacrado decían que lo mejor era seguir sus pasos, que además era mucho más divertido. Mi brillo jamás sería suficiente sin su luz. Y sin el título de “la hija de”, ¿quién sería yo en la vida?
Por más momentos de rebeldía que tuviera, por más que intentara quitarme la etiqueta, por más trabajo que hiciera, por más Hollywood adonde fuera, siempre llevaba el tatuaje en la frente de papa (como la comida no es que se me olvidó el acento) que encima, también había heredado, en vez de las piernas largas, ¡¡¡que me dieran al menos un 1.70!!! Mientras más peleaba de donde venía, más caminaba bajo su sombra.
Y así pasaron los primeros 30 años de mi vida, hasta que al final de mis 35 y algo, empezó a dar un vuelco en mí. Y justo cuando creí que mi nombre tendría vida propia me mandaron el examen final…que sin duda llevaría a septiembre.
¿Recuerdan lo que les digo que, cuando no entendemos la lección completa, la vida se encarga de repetir la historia? Bueno, así fue, y pasé de la “hija de” a “la novia de”, y, mejor aún, las dos cosas en un mismo ¡titular! Cuando estaba finalmente creando una etiqueta nueva, una marca propia, una voz que parecía tener un vibrato especial, en la ciudad más al norte de Suramérica (Miami), yo fui corriendo a meterme bajo la familiar sombra. No, nadie me esposó allí, yo solita, como el que va a la cámara de gas a ciegas, pero con un mal presentimiento, volví a mi propia jaula energética. Claro, esto lo estoy viendo hoy en retrospectiva, nada fue hecho a conciencia. Ya sabes, uno le echa la culpa al otro o al amor. Pero no, yo me fui a mi tradicional posición de sombra que tanto odio pero que, a la misma vez, parece ser mi “cozzy” zona de confort. Esconderme detrás del brillo ajeno por falta de creer y mucho menos saber cuál sería el mío propio, era más seguro.
Trabajo de productora, de psicóloga, de maestra, que, con puro conocimiento, sin proceso de descubrimiento propio, logra liberar a todos, menos a sí misma. Tenía mucho miedo a mi propio brillo, o más bien, a la creencia de que quizá había una total ausencia de él, cuando eso es imposible. Al ser seres de luz, todos sin excepción, tenemos y estamos destinados a brillar si liberamos el espacio necesario.
Y brillar nada tiene que ver con fama, tiene que ver con nuestro camino, voz y misión. Siempre tenía el anhelo de conseguir esos tres, pero me disipaba en la búsqueda del alma de otro ser. Lugar que, como ya conté, me era muy familiar. Hasta que, de pronto, los años de experiencia, de transformación y de trabajo hicieron, en un día de sombra, ¡click¡, y más nunca fui la misma.
¿Ven cómo, una vez más, esto nada tenía que ver con lo que el otro hiciera o dejara de hacer? Las relaciones en los años infantiles son más difíciles de manejar con conciencia por evidentes razones: con suerte tenemos padres que nos puedan guiar. Pero la mayor parte de las veces ni ellos saben lo que les pasa en sus almas, mucho menos pueden saber lo que buscan las de sus hijos.
No nos enseñan nada de esto en el colegio, ni en los parques de diversión. Pero en las relaciones adultas, NADIE nos amarra ni obliga a estar en ningún lado más que nuestra propia inseguridad, nuestra propia creencia de que otros son más que nosotros mismos. Hasta que encuentras finalmente tu voz y tu misión en esta vida, contigo, y en tu alrededor, y es entonces cuando no puedes parar de gritar, ni que el mismo Papa te lo exija en misa.
Pema dice que somos tan predecibles, que vivimos huyendo de lo difícil, a la incomodidad, a la oscuridad. Es verdad, el atreverse a saltar a lo desconocido sola es espantosamente terrorífico. Sin embargo, digo yo: ¿no es peor castigo mantenerse en un lugar destructivo, cualquiera que ese lugar sea? ¿No es peor pasarte la vida en el trabajo que odias, viviendo en la casa de padres que por mucha sangre que tengan tuya no toleras, en la ciudad que aborreces, con la pareja que ya cumplió su cometido, no es eso peor prisión, castigo, infierno, no es eso peor que saltar al vacío? Tu tendrás tu respuesta, pero yo tengo la mía, y, si algo me conoces hasta hoy, ¡no tengo ni qué decirla! La relación espejo tiene su fecha de caducidad, igual que el dolor que proporciona su partida.
Eso sí, el dejar ir hay que hacerlo por completo, no vale aferrarse a lo malo para que sea más fácil el duelo, ni a lo bueno para que cada canción de Alborán nos parta en dos – de hecho, cuando empezamos a codificar el amor como debe ser, estas canciones dejan de resonar como lo hacían, suenan hasta insanas-. Deja ir con el adiós la culpa, el odio, la rabia, el ego, y, simplemente, se agradecido de haber tenido una experiencia sin la cual no hubieses conocido tu alma gemela, el otro lado de ti que dormía con los dragones en la torre embrujada.
Yo aprendí con todo esto también que ser “fuerte” no significa ser duro, agrio o impenetrable. La verdadera fuerza viene de la fluidez, es la fuerza del bamboo, moldeable, flexible, que baila con la tormenta, y juega con la ventisca. Y no la fuerza del cedro que, por intransigente, termina arruinado en el suelo.
Gracias a mi oscuridad experimentada -y bastante fea que llegó a ser, por cierto- empecé a alimentar ese lado de mí que, pensé, era el que debía esconder, el que muestra mi lado humano y asquerosamente “débil” y “errado”. Y de pronto, como por arte de magia, me empecé a sentir realmente más fuerte. Es un trabajo que no acaba cuando lo descubres, sino que, por el contrario, solo empieza con esa realización.