Levantándome como las gallinas, empaqué a Frijolito de nuevo que, con el afán de salir de L.A. lo antes posible para evitar un encuentro que no era capaz de confrontar, estaba bastante mal embalado. Empujando, sudando, encajando cada pieza como un rompecabezas, mientras decía palabrotas que me dieran energía, lo puse lo más cómodo posible para el largo día que me esperaba, colocando todo lo que necesitaría a la mano y, lo menos agobiante que se pudiera, dentro de lo que daba el espacio.
En la corredera dejé atrás mi primera pertenencia… ¡mi suéter de viaje favorito! … Damn it! Primera lección de detachment, en un largo viaje donde iría perdiendo muchas cosas, pero ganando muchas otras con cada atardecer. Todos mi corotitos (como decimos en criollo) los dejaba en un storage sin fecha de recogida: OTRA VEZ, exactamente como me había prometido jamás volver hacer… ¡no escupas pa’rriba que te cae encima! ¡Pero si tan sólo los había sacado de las cajas hacía cuatro meses, después de seis años en otro storage!, WHY ME?!!! Me preguntaba desesperada, como si eso cambiara en algo la realidad. Los “¿porque a mí?” solo sirven para registrarnos en el Hotel Victim Inn (del que ya les hablé), del que esperaba salir más pronto que tarde. ¡Ay señor@s! La vida es lo que pasa cuando tú y yo hacemos otros planes, ¿no es así?
“Quizá era hora de dejar todo ir”, me planteé cuando metía todo en cajas de nuevo, en un camión de Goowill que se llevase hasta la ropa interior, dejándome con ¡una mochila ligera!… ¡Pero si tan sólo lo había hecho hacía dos años atrás, cuando me mudé de nuevo a L.A. por amor! Todo lo que tenía -desde conseguir la meta de ocupar un puesto de trabajo en una empresa especifica en la mitad de tiempo que me lo había propuesto, pasando por mi tribu de amigos que apenas recién construía, hasta los nuevos muebles de una casa que casi no logré disfrutar- todo lo había cambiado y dejado sólo por un sueño que hoy se veía arrugado y lleno de sangre tirado en una basurera repleta de… escoria… por no decir una palabra más fuerte… “WHY MEEEE?”, chillaba de nuevo… ¡qué fastidiosamente patético!
Mi próxima parada era directo a New Mexico, a la casa del hermano del esposo de mi mama, su esposa y su cuñada. Unos señores retirados, de Boston, Massachussets, a quienes había visto una vez en mi vida y, con suerte, habríamos cruzado unas veinte palabras. Mi mamá, a la que siempre le creo la mitad de lo que me dice porque es muy exagerada, me decía feliz, que ellos estaban muy emocionados de tenerme y que me quedara lo que quisiera. Yo, que siempre pienso que molesto, le decía: “Si mamá, seguro, eso lo dicen para que ustedes no se preocupen, pero yo en dos días estoy fuera de allí…”, antes de que, como dice la folklórica de mi abuela Rosa, “la visita empiece a heder”.
El camino fue largo, cercano a las 9 horas, e iba con el tiempo contado porque ya me habían advertido que la carretera de noche era peligrosa. La zona estaba llena de venados, conejos, y ¡OSOS!… que se podían cruzar en el camino, sin previo aviso, causando muchos accidentes. “Tigre, Lions and Bears, oh my!” Además, la carretera a su casa era de tierra y poco amigable. Yo, que ya creía andar con un Fiat 4×4, no me molesté mucho por lo de la carretera, pero lo de los animales sí era causa de emoción… ¡Osos!! Madre mía, ¿te imaginas que me saliera un oso?… Si, ok… y también algo de inquietud. Así que, para evitar cualquier retraso, y con el amanecer, emprendí el camino.
El desierto me acompañaba y mutaba como un camaleón. Más seco, menos seco, más rocoso, menos rocoso, arena, dorado, combinado, plano, cuesta… cuesta… ¡cuesta arriba! Empezaba el ascenso y se sentía en la brisa, ahora ya más fría, recordándome que estábamos en invierno, aunque en el south west poco nos acordemos de eso.
Después de unas horas de más música country que iban desde “No one is gonna make me turning around, I’m gonna make a new home” a “She don’t know how much I need her, she don’t know I fall apart without her kiss…”, haciéndome cambiar de humor a la velocidad del paisaje. Te puteo, te quiero, no te quiero ver en mi vida, te extraño, que emoción mi nueva vida, me quiero ir a mi casa. Como para dejar la montaña rusa de emociones, decidí que mejor me dejaba de country, y buscaba algo de compañía semi-humana, algo que me inspirara una cosa más bonita que cortarme las venas… ¡o cortar las de alguien más! Comencé a escuchar Pena Chodron, una maestra budista que amo, pero no, eso tampoco era lo que necesitaba.
Lo que buscaba era más como perderme en la vida de otro, para dejar a la mía y mi drama por un rato a un lado. Entendí por qué las amas de casa ven novelas: para sentir que hay otras que lo llevan peor, y, así y todo, se casan con Juan Alejandro, son felices y comen perdices.
Busqué algo entre los audiobooks que me había comprado para el camino, pero resultó que, en la carrera, aun no los había descargado al teléfono. No me quedó más que remontar a la vieja librería y elegir algo ya escuchado, y, para mi grata sorpresa, me topé de nuevo con mi compañero de India, en el primer viaje con propósito, y con destino a MI, que había hecho en mi vida. Elizabeth Gilbert se hacía de nuevo presente durante un momento de transformación, como el maestro que aparece sólo cuando el estudiante está listo.
Compartir el viaje de otra vagabunda en reconstrucción a través de su libro Eat, Pray, Love, me sacaba de mi drama griego para meterme en el de ella, que, un tanto se parecía al mío, al menos en su esencia. Extrañamente, a la vez que me sumergía en su aprendizaje, conseguía de nuevo un punto de partida, llegada y referencia para el mío, y un recordatorio de cómo todo lo que sube tiene que bajar y viceversa.
A veces es tan difícil entender que la vida es un ciclo que se abre y se cierra. Que es circular, impermanente, pero recurrente. A veces viviendo una y otra vez la misma historia, pero con diferentes personajes principales, cual refrito de telenovela, de Esmeralda a Topacio: las dos buenas, tontas y ciegas. Los que llevan diarios -lo cual me da mucha envidia porque nunca lo he podido hacer- pueden comprobar este movimiento constante muy fácilmente. Sólo hace falta abrir una página, cualquiera de ellas, y verás cómo la historia de Pedro y Juan, o incluso Charlie y luego Maria (en mi caso) terminan pareciéndose, y quizá así siga hasta el fin de los tiempos, sino se aprende el por qué del girar en la noria.
Mi ex esposo y yo, un día, nos pusimos a leer todos sus diarios desde que tenía quince años, y con gran asombro aprendimos que muchas de sus quejas, miedos, tristezas y conflictos, de ese “hoy” que hoy ya es ayer, parecían aún ser los mismos que en su adolescencia. Es como si las cosas nos pasaran, pero nosotros no pasamos por las cosas. Es por vivir las experiencias con una absoluta y rotunda falta de conciencia por lo que la vida se ve forzada a traernos la misma lección. Es como aprobar el examen a punta de caletre sin haber tenido un real entendimiento de lo que aprendimos.
Así me sentía yo: ¡DE NUEVO! De nuevo Come, reza, ama. De nuevo un viaje en busca de algo que había perdido… una Ileanna que se había extraviado entre la maleza de una selva y una tribu que no me pertenecían. De nuevo la misma gurú compañera.
Pero sólo algo era diferente… ahora tenía la conciencia de saber que esto no era algo nuevo, sino debía decir ¡DE NUEVO! Esta vez sí me di cuenta, y pensé, pensé mucho qué significaba todo esto. Cómo llegué aquí. Qué tanto se parecía esta historia con una mujer, a mi pasado con un hombre. No los detalles banales, sino la raíz del problema que no es el “otro”, sino “tú”. Ellos, como tú, son demonios y ángeles, como tú destruyen y crean, y como tú, tienen sus conflictos que avivan los tuyos, y, por eso nos han puesto juntos en el camino. El amor viene a avivar a tus ángeles y demonios para que sepas qué hacer con ellos, y está en ti convertirte en un buen domador de bestias. O no darte cuenta del espejo, apuntar el dedo hacia afuera y perder la batalla.
Claro, en una relación de dos, los dos tienen que estar conscientes de esto… nadie puede bailar salsa con un partner que no tenga al menos ritmo, por mucho que lo intente.
¿Mi problema? El más complicado, porque te hace la “buena”, que a la vez te convierte en la mártir, en la víctima, en la que se cree tener “derecho a”, que espera tal y cual cosa porque sin duda se lo merece. ¡Oh señores! Y es allí cuando se perdió hasta la conciencia. Y yo no digo que el otro no haga o deje de hacer. Por algo están juntos. Sus demonios son el alimento perfecto para los tuyos. Pero no para mantenerlos tranquilos y felices sino para volverlos locos y desencadenar “all the hell loose”. Esto, cuando ambos están listo para ver al otro como un maestro, puede llegar a consolidar una fuerte relación de amor y crecimiento. Pero si por el contrario, vemos al otro como el enemigo, aprenderemos dolorosamente, y con el dolor también desaparecerá el amor.
¿Mi problema? Voy al rescate, veo – o creo ver que lo mismo da- un diamante en bruto y quiero inmediatamente pulirlo. Y pulir ese diamante se vuelve mi vida, mi todo, mi misión. Si tenía una misión propia, ésta deja de ser importante. Sólo ese diamante vale, sólo su brillo importa. En lo que brille ese diamante alumbrará mi propia oscuridad y con su brillo me dejará también brillar… Excepto que esa parte nunca pasa. ¿Recuerdan las relaciones de antes? El puesto de la mujer era ayudar al marido realizarse, brillar, pero la mujer nunca conseguiría ir mas haya de iluminar su casa, y eso con suerte. Bueno, yo siempre me he portado como una de esas mujeres porque siempre me ha gustado, pero se me olvida que en ese tipo de relación solo un@ es el rey!
Recuerdo cuando le pregunte a mi ex marido un día después de separados: qué le decía el a la gente cuando le preguntaban por qué nos divorciamos. Esto muchos años después del hecho. Lo que me dijo, me dejó tan impresionada que no supe ni qué decir. “Cuando yo te conocí, yo estaba perdido, con miedo a todo, a mi vida, a mi talento, a llegar a ser y no llegar a ser. Tu llegaste y pusiste todo en orden, me encaminaste a donde debía ir. Vivías para mí, mis sueños y mis metas. Hasta que un día diste la vuelta e intentaste volver a ti, y el equilibrio, que yo pensé que habíamos encontrado, se quebró. Yo me sentí abandonado porque ahora no era el solo centro de tu existencia, y no supe qué hacer con esa nueva dinámica. Y tú me lo cobraste caro”. “Pero si yo me volteé porque vivías dándome el coñazo de que tenía que hacerlo, me querías tuya pero independiente… y eso, aunque incongruente, yo lo intentaba” respondí. Y peor aún, me dijo que decía que fui yo la que lo dejé. ¿Cómo es la cosa? Pero si estaba clarísimo que ¡tú me dejaste a mí! ¿O no? ¡Vaya que las historias siempre tienen dos caras!
¿Mi problema? Me doy, me entrego al 200%, me olvido, me pierdo… Y un día, cuando creo que el cachorro ya está por buen camino, como buen teenager, el cachorro se aburre de la mamá porque ahora ella se ha vuelto una carga. Yo entonces trato de soltar y empiezo a ver a los lados y lo que he dejado detrás de mí. Y el infierno comienza. Pido y no se me da, o se me da con reproches, y yo, sin entender, me vuelvo arrogante y víctima porque, en verdad, si nos ponemos a ver, merezco lo que pido… Pero esas no fueron las reglas del juego que yo armé. Yo di sin límites, pero no como los perros. Yo si espero algo a cambio, aunque no lo deje claro hasta mucho después. El dar está bien, pero hay que saber dar, cuánto dar y cómo dar, no por el otro sino por lo que tú puedes hacer con ello luego. Es como malcriar a los niños y esperar que no crezcan siendo desagradecidos. ¿Y de quien es la culpa? del padre que crió de una manera, pero espera recibir otra cosa de esa cosecha. Es una dinámica que toma dos personas para que fluya, pero yo no estoy aquí para hablar del otro, sino de mi propio análisis, que ya es bastante. Mientras el otro sea el culpable, tu nunca tendrás la solución. Nada te da mas poder que asumir tu parte y trabajar en ella.
A eso le agrego una cosa: mi miedo a no ser suficiente. Suficientemente talentosa, inteligente, exitosa, emprendedora, fuerte, atrevida, ¡capaz! Entonces busco a alguien que ante mis ojos sí lo es, y me empeño en que brille, y que lo hagamos juntos. Los uso como un bastón para poder conquistar lo que no me siento capaz de hacer sola.
Con mi marido empecé a escribir, pero no fue hasta hacer dos guiones juntos que me atreví a hacer uno sola, a pesar que la que empujaba para hacerlo era yo, la que traía las historias era yo, los dos escribíamos a la par, y la única que finalmente -por lo menos en esa época- escribió una sola fui yo, y, sin embargo, seguía sintiéndome incapaz. Él amaba la escritura, pero tenía tanto miedo al fracaso que solo escribía en sus diarios. Yo lo forcé a que escribiera el primer guión. Lo comenzamos juntos, nos apoyábamos ambos a salir de la zona de confort, y lo logramos. Escribimos el primero y aunque nunca se venda, es un guión maravilloso que además nos sirvió de catarsis espiritual, y, por lo menos para mí, me pavimentó el camino para buscar mi propia espiritualidad. Además, nos unió mucho. El crear juntos no volvió más cercanos aún, hasta que el ego se metió de por medio, pero eso es otro cuento.
Estos dos problemas los vi tan claros durante mis nueve horas de camino, y durante los días que habrían de venir. Y todo partía por poner mi amor, tiempo y, sobre todo, valor, admiración y creencia, en la persona equivocada. No porque ellos no fueran personas bellas y talentosas, sino porque yo, primero, tenía que ver en mí todas esas magníficas cualidades que veía en ellos, para así no volverlos mis proyectos, ni mi única manera de sentir valor por mí misma. Como las madres que sólo se identifican con los éxitos de sus hijos porque dejaron sus vidas y metas de un lado cuando llegó el bebé. Si llegara a las relaciones sintiéndome realizada, y manteniéndome fiel a mi propia vida, no tendría que enfrentarme una y otra vez con personas que me necesitaran, sino que me admiraran y me amaran tanto como yo a mí misma. Nos conectaríamos desde la admiración y la expansión, y no desde la necesidad y el miedo. Pero para llegar a eso, para llegar a ser admirada y amada por otros, primero me tocaba reconocerme a mí misma.
Todo esto ya lo había oído antes. De hecho, hacia unos años atrás había dado grandes pasos hacia allí. Pero una vez más raspé el examen final, y, cuando comenzaba a dar grandes estribos hacia esa mujer que estaba armando, poniendo mi energía en ella, la abandoné para pulir a otra, y en el camino me opaqué yo.
Leer de nuevo, o, en este caso, escuchar la experiencia de otra mujer sufriendo de un mismo mal, me ayudó a ver más de cerca la mía propia. Y escribirlo me ayudó y me ayuda a reflexionar, me confronta conmigo, me refleja, y me mantiene en constante revisión mi progreso, retroceso o estancamiento. Porque para expresar todo esto, me toca revivir el pasado y reflexionar en él. De pronto era yo la que estaba en la posición de ser rescatada, me llamó la atención ahora ser yo la destrozada y me sedujo la idea del salvavidas, de la puerta donde flotar en el naufragio. Pero rápidamente pude darme cuenta del gran error que sería que me robaran el logro de ganar esta batalla con mis propias armas. Ni rescatar ni ser rescatado. Cada uno viene aquí con su equipaje, y cada uno debe aprender a cargarlo solo antes de poder compartirlo con alguien más. Ponerte la máscara de oxígeno antes de ayudar, dicen en el avión. Y si todos lo hacemos, entonces, nadie tiene que ayudar a nadie, sino, juntos sobrevivir la estrellada.
Cuando ya se acercaba el atardecer llegue a Mimbres. Un lugar tan hermosamente melancólico como lo eran mis pensamientos. Un cielo de un azul como en HD, como una foto altamente fotoshopeada sin serlo¡
Morí al ser recibida por caballos y mulas, que no solo se acercaban para recibir mi amor, sino que me daban el de ellos con cabezazos y berrinches! ¡Y me hablaban! Gritaban mi nombre de regocijo y protesta, como el hijo pródigo que vuelve a casa. De pronto, supe que este lugar no sería fácil de abandonar.
Subí la carretera de tierra rojiza, llena de piedras, en la que me di cuenta de nuevo de que Frijolito no era un 4×4, pero qué bien luchaba su batalla, sin embargo. Llegué a la casa, y ¡ellos también me recibieron como las mulas y los caballos, como la pieza que faltaba en su cálido hogar! Al final mi mamá parecía no haber exagerado esta vez, y estos extraños de verdad estaban felices de recibir a la sobrina.
Hacía frío del sabroso. Chimenea, perros, gatos y la vecina llena de tierra y pasto, que llegaba de trabajar con las mismas mulas y caballos que había visto en mi llegada,, me recibieron esa noche. Nos sentamos todos, incluyendo los perros velando, alrededor de la mesa, a comer el mejor chili que he probado en años. Conversamos mucho rato, de todo lo que los desconocidos hablan, y al terminar de saborear el último pedazo de corn bread recién hecho en casa, entendí que una nueva familia y un nuevo hogar se había forjado.
Me dejaron en mi bello y gigante cuarto, y esa noche dormí como si todo estuviera bien, porque finalmente así lo estaba.
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Gracias por esas lecturas tan nutritivas, en estos momentos tan reflexivos, da como otra forma de observar nuestro presente, que al igual que tú, hoy está hecho un mar de llantos, igual leo, igual medito, igual estudio, igual entreno, igual me cocino rico, igual cuido y arreglo mis plantas, pero está semana ha Sido llorar y llorar. Y bueno en el intento de respirar y mantenerme en el presente….