¡Estoy gorda necesito hacer dieta! ¡Ando con el cuerpo muy raro, necesito hacer un cleansing! ¡Mi piel es un desastre, voy hacerme una limpieza! ¡Mi casa necesita espacio, voy a regalar un montón de cosas! ¡Mi cabello necesita que lo recorte un poco para que crezca más fuerte! ¿Cuántas de estas frases has oído o dicho en el pasado? Estoy segura que ¡todas! Entonces porque te suena tan extraño que diga, “me voy a un retiro silencioso”. Un retiro silencioso no es más que la dieta para el cerebro y los sentidos.
Hace veinte años atrás, trabajaba en un restaurante muy concurrido en la ciudad de Los Ángeles California, “The Coffee House” que además de ser un lugar muy agradable, tenía la virtud de que todo el que lo conocía se volvía adicto a él. Era el café anfitrión de las reuniones diarias de Alcohólicos Anónimos de Hollywood, por lo que estaba siempre lleno de muchas de sus estrellas. Me acababa de mudar a la ciudad para cumplir lo que había sido mi gran sueño hasta ese entonces, convertirme en una actriz de cine.
Un día en mi turno, que siempre era temprano en la mañana porque toda la vida he sido como las gallinas, una compañera me contaba que no estaría en el restaurante por 10 días porque se iba a un retiro silencioso, y aún recuerdo como si fuese ayer, mi cara… ¿¡Un retiro silen… que!?. “Silencioso” dijo ella, siguiendo tranquila con lo que hacía, y sin prestar mucha atención a mi cara de acertijo… ¿¡por 10 días vas a estar en un lugar donde no puedes hablar!?” seguí indagando. “Si, no podré hablar, ni escribir, ni leer, ni tener contacto visual con nadie, ni hacer ejercicios, ni…” … “¿¡WHAT!? ¿Y tu teléfono?” pregunté horrorizada; “lo tienes que entregar al llegar” fue su respuesta mientras yo seguía fraccionando mi mandíbula con cada palabra que ella decía. “¡¿A ver, si no puedes hablar con nadie, ni dentro ni fuera del retiro, y no puedes hacer nada… entonces qué haces allí, duermes todo el día?! exclamé casi sin aire!”.
“No, medito 10 horas diarias” dijo ella aún ignorando mi cara, pero a sabiendas de lo que me pasaba, porque claro que no era la primera vez que ella tenía esta conversación con alguien… “Amiga de verdad no entiendo, tú estás loca, yo me voy a eso y creo que me transformaría en una troglodita, perdería el control” le dije, sin saber a ciencia cierta, si quería seguir indagando sobre esta tortura china que ella se autoimponía. Antes de cerrar mi boca y volver a mis mesas, dio por terminada la conversación diciendo: “Esto lo hago una vez al año, es algo así como una limpieza mental, un lavado y engrase del cerebro.” En esa época estaba comenzando mis veinte, y de este camino que recorro ahora no tenía ni medio dedito en él, ni siquiera conocía el yoga, y lo más cerca que estaba a todo esto era mi amor por la comida Hindú y los bufetes de los templos Krishnas, donde mi mamá hippy me llevaba desde pequeña a comer todas esas delicias y bailar descalza como loca.
Pasaron 9 años antes que yo recordara esta conversación que tuve con ella cualquier día del siglo pasado. Pero como la vida es como es de extraña, un día era yo la que montada por una montaña de la cordillera del Himalaya terminé diciéndole a mis amigos que hacia un “cambio y fuera” por diez días porque me iba a un retiro silencioso llamado Vipassana; y ahora eran ellos los que me vieron con cara de sorpresa, o mejor dicho me escribieron porque estaba muy lejos para que me vieran, y en esa época aún no existía el WhatsApp, el Facetime, Skype o video llamadas. Con suerte me comunicaba con los míos por chat e e-mail, que tenía que revisar en un cibercafé una vez por semana… Bueno, al menos no eran las cartas escritas a lapicero, con sobre y estampilla con las que había tenido que mantener comunicación con amigos en el extranjero durante los 90.
Así que el 22 de noviembre del 2008 me sumergí voluntariamente, por primera vez en mi vida, en una dieta mental, en un pueblo en India llamado Daramshala, mejor conocido como el hogar del Dalai Lama, en un retiro que lleva el nombre de Vipassanna Meditation Retreat. La historia y filosofía de este lugar me llamó la atención en lo que comencé a leer sobre él.
Para empezar, es un retiro no dogmático o religioso y aunque que está basado en la meditación que según dicen usó el Buda para lograr la iluminación, no está diseñado bajo doctrinas, creencias o ceremonias religiosas, sino más bien en técnicas muy simples de respiración y observación del cuerpo, técnicas que te ayudan – sin importar tu Dios- a aprender a estar en el presente y aceptar “lo que es” sin querer modificarlo o darle un significado, sin aborrecerlo o apegarnos a él, sino simplemente aceptarlo por lo que es y apreciarlo mientras esté porque lo único que tenemos seguro en la vida es que ni ese momento ni ningún será eterno… El Vipassana intenta enseñarnos en nuestra propia experiencia corporal que la única certeza que tenemos es el cambio inminente de nuestras circunstancias, tan mutables e impredecibles como la naturaleza misma.
Esta técnica de meditación es una de las más antiguas del mundo y fue practicada por Buda hace 25 siglos, quien para entonces se refería a ella como una técnica antigua que estaba re-descubriendo. La razón por la que el retiro es laico y no se adhiere a las prácticas Budista es porque el mismo Buda no era Budista; así como Jesús no era Católico sino Judío, Buda era Hindú. Era un Hindú que se negaba a seguir su religión porque quería que la gente entendiera que Dios no estaba en estatuas y escrituras humanas, que Dios estaba dentro de cada uno de nosotros y si solo guardamos silencio podríamos escucharle. Buda estaba en contra del dinero indiscriminado que se gastaba en ceremonias, templos, estatuas y demás (católicos, ¿se les parece en algo esta historia?). Así que Buda, quien era un Príncipe, renunció a todos sus bienes materiales y dedicó su vida a buscar el antídoto contra el sufrimiento para luego poder enseñar a otros cómo hacerlo; su gran descubrimiento fue que el apego y el aborrecimiento eran los dos grandes causantes de todo dolor humano, por lo cual es lo que debemos aprender a dominar o mejor aún a transformar, y darnos herramientas para lograrlo es la gran misión de los centros de Vipassana.
La gente erróneamente piensa que lo que el Buda nos enseña a que no es bueno aspirar a tener objetos o una buena vida material… no es así, solo nos invita a entender que cuando lo tengamos lo disfrutemos y cuando no también, porque las estadísticas demuestran que desde que el mundo es mundo, NADA es para siempre, ni siquiera la vida. Al igual que ¿para qué perder el tiempo aborreciendo algo si igual eso tampoco va a durar?, como dice el Dalai Lama “si tiene solución ¿para qué te preocupas?, y si no la tiene, ¿para qué te preocupas?” Si nos mantenemos ecuánimes (la gran palabra del Vippassana) a las circunstancias, llámese tráfico, problema, pena, agobio, o incluso la alegría, estaremos erradicando la principal causa del dolor.
¿Es esto fácil? Claro que no, es de naturaleza humana sentir terriblemente todas estas cosas. Recuerdo que, durante mi primer retiro, el día cuatro rompí el voto de silencio para hablar con mi guía, y decirle que me iba, que esto era muy duro y no podía hacerlo. Ella sabiendo que era lo que yo estaba viviendo me dijo… “muy bien, si crees que debes irte hazlo, pero vete mañana después de la primera meditación”, lo dijo con tal convicción que parecía que ella sabía un secreto que no me podía decir pero que me urgía que confiara en ella y retrasara mi partida 24 horas. A regañadientes me quede, pero sufriendo todo el día con cada meditación y con la partida de mi compañera de cuarto, a la que no hubo manera de convencer a quedarse pasados los tres días de estar sentadas en nuestras nalgas 10 horas diarias.
Ya empacada para partir, esa maña a las 4:30 am, como es el comienzo de cada día en el retiro, me fui al salón de meditación segura que sería la última que haría en este lugar. Cual fue mi sorpresa que fue ese mismo día, en aquella “última” sesión, que tuve mi primer momento extrasensorial en una meditación, tan increíble que no voy a contarlo para que luego no vayas a estar esperando el mismo resultado el día que te toque a ti y comiences a juzgar tu proceso porque no se parece al mío. Y mientras lo vivía, me decía “oh wow, que increíble esto, no soy mi cuerpo, no soy lo que pensé que era” y en la primera señal de que se me iba la conexión con quien fuera que estaba conectada, me vi batallando en mi mente de esta manera: “ay no, que no se vaya, que se quede” y la otra parte más elevada de mi ser superior decía: “¿de verdad? ¿qué pasó con el desapego?”. Por supuesto que el apego gano, y solo por sentir, aunque fuese algo similar una vez más, no me fui, y terminé mis diez días de retiro silencioso, y mi cerebro rebajo como un kilo diario. Por una vez el apego no era tan malo, me ayudó a mantenerme allí hasta el final.
Una de las cosas maravillosas que amo del Vipassana es que es “gratis” o lo que llaman por donación, la cual no es controlada por nadie más que por ti mismo. Te dan techo, comida y clases por el tiempo del retiro para que puedas trabajar en tu salud mental y espiritual, y solo aceptan la donación de aquellos estudiantes que terminen el programa, porque la filosofía es que tu no estas pagando por tu curso sino por el nuevo estudiante el cual deseas que pueda conseguir lo mismo que tu conseguiste allí, y algo en lo que no crees y/o no conoces, no lo puedes propagar. A quien debemos nuestro agradecimiento por haber extendido centros de Vipassanna alrededor del mundo en nuestra era no fue Mister Gautama, alias Buda, claro está, si no el prestigioso empresario S.N Goenka. Mr Goenka, nacido en Myanmar, después de hacer su primer retiro de 45 días (como eran antes que llegara él), se convirtió en un devoto estudiante.
En 1969, se conocería a Goenka como el maestro con terrible voz para cantar pero con un conocimiento infinito, y una capacidad de entrega al Dharma (enseñanzas) tan inigualable como su sentido del humor; ese que todos sus estudiantes reconocemos con cada respiración para comenzar la práctica que siempre parece su última y cada chant una súplica de eutanasia. Goenka dejó todos sus negocios en manos de su familia y se dedicó a expandir el conocimiento de esta práctica por el mundo, abriendo centros gratuitos en donde lo permitieran. Es de esta manera que hoy Vipassana imparte 1000 clases anuales por todos los continentes de la tierra, y se ha convertido en un gran transformador del ser humano y de nuestra sociedad. Al Vipassana se le ha otorgado la “culpa” de curar las enfermedades, adicciones, depresiones, traumas, desequilibrios, etc. de sus estudiantes, incluyendo las terribles y constantes jaquecas que sufría su famoso maestro Goenka.
Mi experiencia fue como la de todos, increíblemente difícil, pero gratamente satisfactoria. Batallar con tu loca mente que salta como mono de rama en rama entre pensamiento, recuerdos y proyecciones, es una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer en mi vida. El ruido de tu cerebro cuando todo lo demás no está, es más atormentador que cualquier concierto de reguetón; pero, así como tu cuerpo se siente después de hacer un cleansing (ayuno), o luego de una buena clase de deporte, o como tu casa te agradece la limpieza de primavera donde sales de todo aquello que no necesitas y te quedas con lo que de verdad tiene cabida, o tu cara queda bella y lúcida después del pilling que te acabas de hacer, asimismo se siente tu cabeza al salir de este retiro. Con tantos días para procesar, mucho se organiza, se alinea, se balancea.
El ruido de los primeros días comienza a volverse un murmullo más distante, y la tortura que eran las diez horas de meditación se convierte en algo que extrañarás el resto de tu vida… o por lo menos el tiempo que pase hasta tu próximo retiro.
En Vipassana, entre muchas cosas, aprendí la belleza que existe en el silencio. Antes de ir ya había abandonado la tradición de tener televisión en casa, o mejor dicho, ya solo usaba el aparato para ver películas como quien va al cine, y no mantenerlo prendido como un compañero constante que te nutre el miedo a la soledad y el silencio. Después del Vipassana entendí completamente cómo usamos el ruido, incluyendo la música, como un escape a nuestra propia voz, y nuestro propio ser. Desde entonces tengo poca tolerancia a conversaciones banales, y ruido sin propósito más allá de cubrir el silencio. Si mis oídos o mi vista van a ser usados para llenar mi cerebro de información, será con cosas que valga la pena, y en los momentos y las maneras elegidas por mi. Otra cosa que aprendí fue a que jamás dejaremos de pensar, pero lo que si logramos hacer es no ser esclavos de esas voces en nuestra cabeza, porque ellas son como un niño malcriado, y así mismo debemos tratarlo, “sí amor, entiendo que quieres atención, pero ahora no es el momento. Así que deberás esperar tu turno con paciencia”.
Por último, y el regalo más preciado, fue poder realmente entender el concepto de impermanencia, porque al sentirlo en tu propia piel de una manera consciente, cada vez que la pierna se duerme y así como se durmió, sin tener que levantarte se despierta, o la picazón de la nariz si la dejas pasar simplemente se va, las olas de sueños se convierten en energía, y muchas otras experiencias que te harán entender que así mismo pasa con todo en la vida… No es que no vamos a hacerle caso a nada de lo que sucede alrededor al contrario, a todo le damos su atención y debida importancia, y luego solo podemos dejar que la vida tome su curso. ¿Fácil? Nada lo es, pero sin duda más fácil que vivir en un constante sufrimiento, así que yo sigo practicando cada enseñanza que aprendí allí porque la practica hace el maestro.
La última cosa que recuerdo con mucho cariño de esa primera experiencia, es que en la penúltima meditación antes de partir, nos permiten finalmente hablar y conocer a todos los compañeros que han compartido este viaje contigo y de los que no conoces ni sus nombres. Eso fue como darle comida a un hambriento, no paramos de hablar por horas y amistades instantáneas nacieron, de las cuales aún guardo una muy preciada. Esa misma noche un grupo de chicas decidimos que al acabar nuestro retiro a la mañana siguiente después de tanto pensar en no pensar y eternas horas sobre nuestras nalgas, era hora de regalarle movimiento al cuerpito y al Himalaya nos fuimos, y en esa subida de pronto ¡extrañaba tanto mi sala de meditación!
Por mucho tiempo después de este retiro, entrar en estado meditativo se hacía muy fácil, pero como todo músculo en la vida sino lo ejercitas se atrofia, así que, si decides sumergirte en esta experiencia alguna vez, ten en cuenta que los famosos 10 días son solo el comienzo de un nuevo camino. ¿Lista para la batalla?
2 comentarios
Exelente me anoto ya averiguare aca en Venezuela
¡Excelente! ¡Seguiré posteando ideas del tema! ♥