La vida corre y se encarama. La vida no para, sigue tan deprisa que cuartea mi inspiración… mi musa de letras… Los días se vuelven noches, y no llego a un teclado que me mira soñando con ¡volver a escribir!… lejos del móvil y más cerca de ésta computadora que tanto me ha servido para crear y compartir mi vida.
Hace una semana (cuando comencé a escribir esto… ya hoy hace muchos días) estaba en Tierra Santa, un país que, aunque estaba en mi lista de “must visit” algún día porque “se supone” que ha de ser así, mas allá de que fuera un sueño o prioridad. Ahora que me siento aquí, a hacer mi proceso de introspección para poder compartir algo de lo vivido, me doy cuenta cómo todo va engranando hasta hacer una gran cobija de remaches donde el tejido que las empata se hace más obvio ante mis ojos cada día que pasa. El 2016 fue el año en el que me rendí ante la fuerza creadora del Universo o llámese más comúnmente “Dios”. Fue el año donde dije “ya está, yo no puedo más sola, no se que hacer, no sé a donde ir, no tengo más fuerzas, así que si estás allí en algún lado, si me estás escuchando, por favor ayúdame, yo hago lo que sea pero ayúdame…” es muy difícil respirar cuando te estas ahogando un tu propio llanto, por ser poéticos y no llamar las cosas por su nombre, porque en donde me estaba ahogando era en mi propia ¡mierda!. Es allí donde empezó mi camino a Israel, sin siquiera aun saberlo.
Mi peregrinaje a Dios se remonta a 17 años atrás en un mat de yoga, en algún “fancy” estudio de la ciudad de “Los Ángeles”… pero digamos que ese momento que llamaríamos “the turn of events” pasaría 15 años más tarde viviendo en la casa de una amiga, después de la primera ruptura con mi pareja de entonces, que llevaría a una definitiva algunos meses después, en la misma ciudad donde con la bienvenida del nuevo siglo (2000), todo comenzó.
El 2016 fue un año muy rudo, un año de poder mirarme de frente y decir, “¡man! estás vuelta un asco”, pero también de finalmente reconocer mi valor como mujer, como profesional, como ser humano, y como ser espiritual; a punta de superar una serie de retos descomunales ( o por lo menos para mi). Me acuerdo tanto de ese comienzo del año, chateando con una de esas amigas que llegan cómo enviadas de cielo, cómo salvavidas divino, cómo otro espejo para poder separarte de tu historia y entender lo que te pasaba a través de la historia de otro; al tratar de salvarla a ella me salvaba a mi misma, y al tratar de salvarme, ella también rescataba los pedazos regados por su casa recientemente vacía. Pasábamos horas hablando (bueno, chateando por WhatsApp); desde que abríamos los ojos hasta cerrarlos, y a veces hasta en sueños, tratando de descifrar lo que nos pasaba, ¿por qué nos habían puesto en el camino de la otra con historias tan similares, pero siendo los polos opuestos en nuestros cuentos? (víctimas, victimarios, victimarios, víctimas bla bla bla).
Buscábamos el sentido a todo; de la vida, de las caídas, de los espejos que conseguimos por el camino disfrazados de amor. Leíamos Pema Chodron, hacíamos el Camino del Artista, y ‘estolqueábamos’ a @MiaAstral (una astrologa paisana), -quien parecía que fuese ella quien nos estuviera espiando por las esquinas-; nos guiaba a través de los astros con consejos diarios que nos servían para reponer esperanzas perdidas.
No se consiguen respuestas si no hacemos primero las preguntas pertinentes. No podemos conocer de qué estamos hechos si no nos ponen en situaciones de donde sólo nosotros mismos nos podemos salvar, y finalmente comenzar ese cuestionamiento que nos hace indagar adentro, muy dentro. Así que poco a poco durante todo ese año a través de libros, clases de Kabbalah, meditaciones, amigos, y sueños; una vía de comunicación se empezaba a abrir con algo o alguien que me iba guiando a no desesperar y vivir un día a la vez; como si ese alguien hubiese estado esperando a ver si es que en algún momento yo sucumbía ante mi ego y me dejaría ayudar. Esperando a ver si algún tortazo sería lo suficientemente fuerte para que dejase yo espacio para esa mano extendida hacia mi. A pesar de que sí estaba lista para escuchar, yo entraba y salía de esa sintonía porque pensaba, que aún algunos pedazos de mi vida pasada podían ser rescatados. Ruido… siempre el ruido de otros, el ruido de tantos a tu alrededor te calla la voz que más importa.
Finalmente, en el 2017 me quedé en silencio… no había más gritos, ni miedos externos, ni llanto, ni pesadillas constantes, ni angustias… No había inseguridades, envidias, celos, intrigas, ni misterios… No había culpas, ni culpables, ni malos ni buenos… No había ya más ruido, y entonces comencé a oír a Dios, tan alto y claro que a veces parecía que estuviera teniendo una conversación con Él, con mi taza de chai en el jardín de mi casa. Yo se que todo el que no haya vivido la experiencia “sobrenatural” del encuentro con la Divinidad (y mira que odio todos estos términos, y me cuesta horrores escribirlos) estará pensando: “la perdimos, Ileanna se volvió testigo de Jehová”. Pero no, Ileanna tuvo ese momento que tanto había buscado, que tantos de nosotros queremos experimentar; esa conversación con Dios. No fue así como que me habló ¡habló!; nunca me tomé el té con Él mientras contemplaba su larga melena y sus ojos azules, o por lo menos no hasta el 2018 cuando llegué a Israel.
Escribo esto sin saber que lo escribiría, honestamente intentaba sólo crear una pequeña introducción para poder juntar algunos posts de Instagram que ilustraron mi viaje cual diario, pero mientras lo hago me lleno de lágrimas al darme cuenta de pronto, la magnitud de lo que éste viaje ha significado para mi. Llegué a Jerusalén dispuesta a encontrar conexiones y respuestas, unión y fe, y porqué no religión (?), a fin de cuentas ¿vieron como describí a Dios? ¿no?: “Hombre guapo, rebelde, pelo largo de ojos azules”, que se parece mucho a todos los retratos de Jesús. Necesitaba poder retomar y reencontrarme con el Dios de mi infancia ahora que lo sentía tan cerca. Aunque no conseguí lo que buscaba cómo quizá me imaginaba sería, conseguí exactamente lo que necesitaba para saber que estoy andando en el camino que fue escrito para mi.
Y el viaje comenzó algo así según lo recuerdan los post de Instagram que si escribí en el momento:
“No me robe la foto… la acabo de tomar! Hace un mes mi astrólogo me dijo que yo me estaba preparando para en unos 8 años comenzar una vida ¡monástica! Puedo ver como mi Papá, por ejemplo, fue de estudiar en el seminario para ser Cura a ser quien es (actor guapo, casanova empedernido) … pero pasar de ser “yo” a ser Monje, aún no lo visualizo… sin embargo, ya me empiezo a cuestionar: ¿porqué no me manda a lugares como Mikonos, Paris, Berlín? ¡¿Porqué mis viajes terminan siendo en lugares con gran concentración de espiritualidad y contrastes culturales y religiosos?! Se me salieron las lágrimas al ver ese letrero “Jerusalén” y eso no me lo esperaba… Aunque criada católica, poco sigo ese de tantos caminos a la luz. Lo que más me ha llamado la atención en el camino a” la tierra de Dios”, es que todos los carteles están escritos en hebreo, inglés y árabe… Pronto estaré visitando el Muro de los Lamentos, así que, si quieres que ponga tu petición allí en tu nombre, escríbemela aquí y con gusto la ¡comparto! Eso si, no voy a poner algo como: “que x o z me quiera” el amor no se suplica… así que ¡piensa bien lo que vas a pedir!”
Tanto se habla en las noticias de lo malo, que uno poco sabe de lo bueno. Mi primera impresión al llegar a una nación en constante guerra fue de unión, a través de tres idiomas en una pequeña área de tierra para ayudar a la integración. Esto me dejó impresionada, y un poco confundida porque nada tenía eso que ver con la guerra en la que se supone éstas culturas viven. No digo que esa parte no sea también verdad, pero hay mucho más allá de las armas. Los ves haciendo negocios en el mercado, uno al lado del otro, quejándose del vecino cómo lo hacemos en cualquier lugar, pero también compartiendo un café o un shawarma, que cocinan delicioso en ambos lados. Son como primos peleones que no pueden vivir ni juntos ni separados.
Mi oferta de compartir mi momento en el famoso Muro de los Lamentos significó tener que escribir unas 150 peticiones de gente que necesitaba una mano, pero de ésto lo que más me lleno el corazón fue, leer que la mayoría no pidió por un bien personal sino por el bien colectivo de un país destruido por la oscuridad como es el mío, Venezuela. Una y otra vez me llegaba la misma petición, “que se vayan los gobernantes de Venezuela para que sea libre”; y así me di cuenta una vez más, que tan lejos está mi patria de serlo. La esperanza de recuperarla pertenecía solo a un grupo pequeño que parecía entender lo que significa tomar responsabilidad de nuestro entorno, reestructurando la petición de manera proactiva y no formulada desde la misma oscuridad e ignorancia que la que deseamos destituir. Sin darnos cuenta alimentamos con nuestro propio odio a quien creemos es el único enemigo. Ese grupo pedía algo así: “Dios, llena al país y al corazón de todos sus ciudadanos de luz y sabiduría para que todos los venezolanos podamos juntos y en comunidad encontrar el camino a la libertad, el progreso, y la hermandad, sin odio, ni viveza”. ¡Ah! ¡Eso si es una petición!, pensé. Si no logramos ver nuestra propia oscuridad en éste asunto y en cualquiera que enfrentemos, nunca podremos salir de él… como siempre digo; mientras otro sea el culpable de todo, no tendremos ningún control sobre la solución. Sin embargo, escribí todos esas peticiones y deseos, y me sentí muy afortunada de poder ser la voz de los corazones de tantas personas, y hasta deseé que muchas más pudieran acceder a saber que pondría su pedacito de corazón en éste lugar tan significativo para dos de las religiones monoteístas más importantes del mundo. Llegué al Muro primero por casualidad, casi me lo topé en el camino y entré sin mucha expectativa.
LÁGRIMAS EN UN PRIMER ENCUENTRO
“Hoy sólo me acerque al sagrado #MuroDeLosLamentos, a darle las gracias a #Dios por todo lo bueno y lo malo que me ha traído hasta aquí… !y de pronto me invadió una lloradera inesperada! Estar aquí es realmente algo que nunca espere. ¡Gracias, gracias, gracias! ¡Mañana vuelvo a por las peticiones!”
No lloré porque sintiera una energía especial, (o quizá si), pero si lloré por mi fortuna de estar en un lugar donde tantos sueñan estar. Lloré por ver tanta gente joven con fe sentadas rezando a su Dios. Lloré por ver dos religiones unidas en un solo lugar; aquí no importaba si Jesús era o no el hijo de Dios, sólo importaba que en éste sitio histórico, por miles de años, generaciones tras generaciones han venido a conectarse con el creador y pedir ayuda divina. A eso se ha simplificado la fe, a una línea de rescate cuando estamos en problemas, un 911 al que únicamente recurrimos en emergencia.
Sin embargo, me gustaba saber que lo que me había traído aquí era agradecimiento y no una carencia. Mi compañero de viaje tenía algo maravilloso que agradecer: “la libertad y las alas”, y yo, la bendición de conseguir mi camino. Y los dos la dicha de conocer el verdadero amor en la amistad incondicional. Entonces mis lágrimas en éste muro fueron de pura felicidad, de venir feliz y agradecida a éste lugar sagrado; para mi “El Muro de la gratitud” y no de los lamentos. Pero fuese como fuese, yo, criada católica, estaba en uno de los lugares judíos más sagrados del mundo, totalmente recibida y acogida sin distinción alguna.
TODOS SOMOS UNO
“Si lográramos entender todo lo que nos une. Si pudiéramos escuchar la historia del otro con ganas de buscar similitudes y decir: “Wow, mi vida, mis pensamientos, mis valores, mi religión ¡se parece tanto a la tuya! que curios, ¿no?” Si eso sucediera se acabarían frases como: “mi Dios es mejor que el tuyo”, “mi religión es el único camino a Dios”, “mi manera, mi opinión es la única que cuenta”. Hoy te invito a que escuches a los otros con la intención de buscar en sus palabras, en sus historias, en su alegría o tristeza lo que los hace igual a ti y no diferentes. Te dejo un ejemplo tangible: en un divorcio las dos partes sufren, y si te concentras en eso y no en quien hizo que, consigues compasión en lugar de odio. Feliz día desde el centro de las religiones y la separación del mundo… Estoy segura de que tú Dios, ¡cómo el mío, solo quiere que lo veamos a Él reflejado en tu prójimo!”.
El hombre ha insistido desde sus comienzos en alimentar más al Ego que al Amor, y las religiones han sido una maravillosa arma separatista. Aquí en éste lugar donde todos “parecen” vivir en una dividida armonía me cuestioné tanto y tanto cómo poder creer en Dios viendo tanto ego, tanta insistencia a decir “lo mío es mejor”; Católicos Romanos, Griegos, Protestantes; Judíos ortodoxos, moderados y reformados, hasta judíos amigos de Cristo (que esa si no la conocía), y luego claro los musulmanes y también sus divisiones extremistas, Islam y no se muy bien cuantas más. División dentro de la división. Por todo eso me empezaba a hervir la sangre y prefería devolver mi foco a este hermoso lugar desde una visión histórica y poner a un lado el rollo religión por un momento.
CONTINUARÁ…