ADVERTENCIA: problemas patéticos del primer mundo… ¡pero reales y míos!

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Empecemos con una simple pregunta: ¿qué tan difícil crees que sería pasar 5 días haciendo ¡NADA!?… Sin trabajo, sin hijos, sin cocina, sin horario, sin rutina, sin responsabilidades ni labores. Cinco días en un lugar en el que como máxima actividad tuvieras un libro, quizá algunas hojas de papel ―pero sin poderte exceder en ellas―, tomar el sol y alguna caminata. Una isla remota donde no hubiese nada que explorar o conocer más que el pequeño lugar donde te hospedas. ¡Ah! Y con muy muy escasa conectividad.

El envidiado privilegio

Esta fácil tarea puede llegar a ser mucho más complicada de lo que parece a simple vista. “¡Qué rico! ¡Estoy de vacaciones en el paraíso!”… Eso es lo que creerían debería estar diciendo si estuviera en un lugar así, ¿verdad? Y aunque, poco a poco me estoy relajando a mi buena suerte, créanlo o no, no me ha sido fácil. 

Desde que comencé con Lilith’s Travel ―y con ello a entrar en el mundo de los emprendedores nómadas― poco a poco me he venido llenando de más trabajo, más obligaciones y responsabilidades, no sólo conmigo sino ahora también con otros. Cada día que avanza y progresa la pequeña empresa, donde ahora trabajamos cinco, más y más mis espacios de ocio se han desaparecido entre planes futuros, producción de viajes, finanzas (¡iacks!), organización y reorganización, crear, buscar lazos, y bueno, todo lo que conlleva ser una emprendedora del 2020. 

Después de mi primer año en Bali, donde tuve mucho tiempo para la introspección y la creación de un nuevo rumbo de adentro hacia afuera, he pasado la mayor parte de mi tiempo entre maletas y aviones, y con gente alrededor, cosa poco normal en una mujer que creció como hija única, con una familia bastante ausente, sin pareja, sin hijos y sin perro que le ladre. 

A parte de eso, con cada viaje recibo un empujón energético para seguir trabajando en mí, para hacerlo de una manera más metódica y enfocada, de modo que pueda compartir más y mejor los “cómos y los porqués” de seguir el camino del crecimiento “espiritual” (por llamar de alguna manera esta carretera de tierra que te promete experimentar una vida más rica y profunda). Así que, entre construir un negocio, crecer yo, ayudar a otras a lo mismo e intentar tener entre viaje y lecciones una vida personal, la verdad estoy ¡AGOTADA! ¿Alguien por aquí se siente identificado?

Yo sé que muchos ven mi Instagram y juran que la vida de una “bloguera” o lo que sea que crean que soy, es muy emocionante y divertida, y sí, hasta cierto punto lo es mucho más que un trabajo de escritorio (si este no te gusta). Hasta mi mamá se ríe cuando le digo que necesito una vacación, porque desde afuera a todos les parece que vivo en una. Moraleja: deja de mirar el jardín del vecino, no sabes cuánta agua usas para mantener esa bella grama verde que tanto le envidias.

Así que, a pesar de las risas de mi madre, he pasado meses rogando por un rato de desconexión del mundo. He soñado con estar en una isla escondida con NADA qué hacer más que descansar, asolearme, leer, ¡y escribir como máxima actividad! Bali no cuenta, o por lo menos no donde vivo, porque ya está tan desarrollado como cualquier pequeña ciudad, y porque ya saben cómo es: una vez que es tu casa es tu día a día, tu cotidianidad, y ya no es vacación. Un lugar donde me lo hagan todo y yo no tenga que pensar en ¡nada! Donde no haya pasado ni futuro, como colgado en el tiempo, en las horas y los días. Un lugar donde pueda solo ¡SER!… 

¿Qué creen que pasó? Que alguien especial decidió que eso era exactamente lo que me iba a regalar: una estadía por cinco días en un resort a lo Ileanna, con un “lujo” rústico (tanto que se llama camp y no hotel, y solo tiene 11 cabañas). ¡Qué rico es que alguien te conozca, porque un verdadero resort me hubiese vuelto loca! Lo único que tiene de resort (aparte del precio) es que no sales de aquí, más que todo porque no hay NADA cerca a donde ir. Así que finalmente me dieron lo que buscaba… ¡NADA QUE HACER!… Muy bien, genial, gracias Dios por escucharme… 

Y ahora “¿qué hago con eso?”

Lo primero que me dio fue ¡pánico!  

―Mente: ¿Qué? ¿Alguien más va a preparar el plan que no sea yo? 

―Voz Superior: Respira profundo. Tú dijiste que no querías mover un dedo, ahora debes dejar que otro lo haga, porque sí, otros son tan o más capaces que tú para crear una experiencia. Deja de ser controladora y deja que te sorprenda. Y me haces el favor de ser agradecida, practica humildad, lo que te den a eso ponle buena cara… o buena onda, como te diría ella. 

―Mente: Ya, perfecto, pero es que está envuelta en la historia la palabra RESORT, all included, y eso además de darme comezón, va contras mis principios morales y éticos.

―Voz Superior: Ay, ya. Deja el drama. Tú pones a todo el mundo a experimentar cosas nuevas, tú puedes hacerlo también. Tirarte de parapente no es extremo para ti, la palabra resort lo es, así que calla y ve.

―Mente: Pero no hay casi Internet. Yo tengo que trabajar, sólo hay electricidad a ciertas horas del día, yo tengo que escribir, además tengo que comer a las horas de la comida no cuando yo quiera… Yo, yo, yo. 

―Voz Superior: Yo, yo, yo, yo. ¡Basta ya, pues! Tú querías hacer nada, pues ahora lo puedes hacer. Tú le dices a todos que tomen tiempo para sí mismas, pues haz lo que pregonas.

―Mente: ¿Perdón? ¡Yo hago lo que pregono! O se te olvida que acabo de llegar de 15 días de encierro en un ashram estudiando.

―Voz Superior: Y muy bien hecho, pero eso es hacer, y mucho, ahora te toca no hacer, te toca ser.

La cárcel de oro

Entré a este paraíso de caleta en el medio de la nada, después de un viaje de avión de 30min desde Bali y otro de carretera de hora y media, con la última media hora de camino de tierra. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que entraba en mi “cárcel” de oro. Lo primero que sentí fue sed y calor porque parecía un desierto a medio día.

Llegué al cuarto, dejé todo y ya estaba peleando por dentro (y por fuera) ¿por qué todo estaba tan seco? Este desierto nada tenía qué ver con el verde de la foto que nos habían vendido. Peleaba porque no podía ordenar sino de un par de selecciones de comida, porque no había cerveza fría, porque ¿cómo me iban a tener en un lugar donde no hay nada cerca, sin electricidad en horas del día? Y no sé por cuánta otra cosa más me quejé.

Me puse de mal humor mientras mi compañera se reía de mí. “Querías hacer nada, ¿verdad? Pues listo, eso es lo que vamos a hacer, así que respira que vas a estar bien”. Yo caminaba cual león enjaulado en mi cabaña de ensueño frente al mar. Hasta que en un segundo de lucidez me di cuenta de que simplemente estaba teniendo algo así como un ataque de pánico, como un withdrawal (abstinencia) del Hacer para pasar al Ser, y comencé a tener algo de compasión por mí misma.

Y pasó lo que tenía que pasar y duró lo que tenía que durar

Esto no duró unas horas, este proceso de descompresión duró ¡dos días! No tenía energía, no podía enfocarme ni siquiera en disfrutar plenamente del lugar, o inspirarme a leer, o meditar, o hacer yoga, mucho menos escribir, o algo de lo que había planeado en mi cabeza que haría el día que tuviera este espacio para mí. Estaba en modo congelada sin saber por dónde empezar en esta nueva experiencia de retiro, donde tú eres la única que diseña tu experiencia, sin maestro que te diga por dónde ir o caminar, sin nada agendado o mapeado porque eres la única conductora de tu barco. 

“¿Qué quieres hacer con esta oportunidad?”, me preguntó mi voz superior: “quizá de verdad sólo contemplar el mar sería una buena decisión”, respondió mi mente. Y así pasé muchas de las horas de mis dos primeros días, contemplando la vista más impresionante del mar más turquesa que jamás vi. Para colmo, mi compañera se enfermó, así que hasta ella me había abandonado en el cruce de este océano de emociones.

Y sí, ya lo sé, no crean que estoy ciega a que estos son problemas ridículos del primer mundo, que hay gente con problemas realmente serios, e incluso que yo he tenido problemas muchos más serios que esto en mi vida, pero desde que vivo en el mundo con curiosidad todo lo que me pasa, y me mueve, pequeño o grande, me hace pensar. Cuando vives con curiosidad, todas estas curvas inesperadas de tu ser te causan intriga, y cada experiencia deja de pasar sin pena ni gloria para convertirse en una oportunidad de exploración.

Y la moraleja de todo esto es…

La primera cosa que me viene a la cabeza es: cuidado con lo que deseas, capaz se cumpla y cuando llegue no sepas qué hacer con eso, ¡así que está lista! 

Segundo: qué increíblemente difícil es hacer nada y sentir que no hay a dónde ir. Pasamos tanto tiempo en el “go go, do do” que sólo contemplar es el mayor de los retos. Tanto tiempo consumido para sentirme medianamente cómoda y sin ansiedad, para asimilar que este paraíso no era una cárcel, que tener que comer dentro de un horario no era tan dramático. Que vivir con el arrullo de las olas día y noche es un regalo que hay que absorber como el aire que respiramos, que ver una cala imponente frente a mí es algo que no sé cuándo volveré a tener, que el seco campamento es un impresionante logro en el medio de esta nada, tan llena de vida.

Me acostumbré a los horarios y a Misro, el chico que trabaja en el restaurant que hace TODO para hacernos sonreír. Comencé a conversar con los muchachos del hotel sobre sus vidas musulmanas y me enteré de que, según el Corán, no pueden tener perros en casa y que mueren por tener uno. Me enteré, además, de que Lombok es la hermana de Bali pero de otra madre, que mientras en Bali el 95% son hindúes, en Lombok el 95% son musulmanes (léase y entiéndase musulmanes no radicales, no Islam). Que la lengua local es el sasak en lugar del balinés, y que el bahasa indonés lo hablan sólo con los de otras islas. Que únicamente el 25% de la población sabe leer o escribir. Que la famosa Pink Beach ya no es tan pink, y que hay tres de ellas (y comprobé que ninguna muy rosa). Me contaron que este hermoso hotel es de un tejano viviendo en Indonesia y que, mientras yo me gasto una cantidad de dinero que ni en sueños ellos pueden tener, Li muere por ir a la universidad para ser maestro y no tiene los recursos para hacerlo. 

Misro me compartió su emoción de que de vigilante pasó a mesero y cómo eso ha sido un gran logro que lo hace feliz porque ahora practica su inglés con la gente y puede compartir. Me regala de su tiempo libre para ir a las 5am a buscarme un pescado en el mercado que costó seguramente la mitad de su salario, y lo hizo con la sonrisa más grande. Me quedo con el corazón arrugado de haberle ofrecido a una jovencita mis sandalias porque la vi descalza quemándose los pies, y la vergüenza no le permitió recibirlas por mucho que los chicos le decían que solo tenía que decir gracias. Salí del cocoon y pude apreciar mi gran fortuna. Fue allí cuando la magia del apreciar volvió a mí y la cárcel se volvió lo que siempre fue: el infinito.    

Me he dado cuenta de que hasta en la vida espiritual te vuelves un ¡human doer! Vete al ashram, estudia, medita, haz yoga, busca a tu maestro, aprende a estar, contemplar, hacer nada, haz y haz algo para encontrarte; y resulta que de ella también necesitas un descanso. Entonces me pregunto, ¿es de verdad posible esto de solo ser? Mi respuesta hoy es: solo por momentos… Aprender a meter momentos de “ser” en nuestra vida es tan importante como los de conseguir logros sean físicos y hasta espirituales, de hecho, solo ser es un gran logro. Ya a un día de partir, como sabía que sucedería, me quedo con las ganas de más tiempo para ser. ¡Tomó el tiempo que tenía que tomar bajar las revoluciones para finalmente apreciar este paraíso llamado Lombok!

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